sábado, 10 de septiembre de 2016

Aquel septiembre que fue la vida...

Qué ironía tan fantástica es llegar al mundo llorando para hacer feliz a quién te está esperando...

- Septiembre, aunque pudo haber sido en octubre, fue septiembre el eminente creador de esta historia, el punto de partida, el origen de esta travesía sublime que es la vida.

Sí, todo comenzó un mes 9 en la mañana de un miércoles 24, a eso de las 6:15, cuando el sol apenas salpicaba algunos rayos sobre el barrio secando de a poco la huella sentada por la llovizna nocturna, el olor a café recién colado le daba los buenos días a los primeros transeúntes de aquella faena matutina que comenzaba. De la casa #124 salía un hombre acomodando un pequeño bolso en sus hombros junto a una mujer que se queja mientras acaricia su vientre gestante, semana 39, amenaza labores de parto.

Caminan a pasos de suma conciencia porque el pavimento es resbaloso, hay charcos y basura en la vereda, quizá podría ser sólo otra falsa alarma, un susto igual a los 2 anteriores, no hay señal de fuente rota, pero la sensación ya comienza a tener un sabor más amargo.

Abajo en la calle, el tráfico ha despertado y a pesar de que la prisa exige boleto preferencial, hoy han decidido tomar el autobús. La mujer lleva más emoción que nervios, será el primero en su segundo matrimonio, la respuesta a sus plegarias por una nueva oportunidad. Para el hombre en cambio, será su primogénito, el inicio de su dinastía personal, lleva los ojos llenos de orgullo y el corazón lleno de impaciencia, no piensa en otra cosa que no sea cargarlo al fin, se imagina a sí mismo enseñándole el arte de golpear la pelota con un bate, anotar un gol y correr cuesta arriba en la verde colina del parque.
27 minutos hasta el hospital y otros 90 en la sala de espera, el médico de guardia confirma la sospecha: no es el momento, afirma que no habrá acontecimiento hasta la próxima semana, sugiere un analgésico y volver a casa; sin embargo, aquellos dolores en la mujer presagian lo contrario, son patadas en la panza y puntadas en su instinto, un presentimiento maternal difícilmente engaña, por eso deciden quedarse.
Un quejido agudo llama la atención de una enfermera, parece que una de las consultantes tiene intenciones de saltarse el calendario y un segundo grito la obliga a asistir a la emisora encinta, - Respire profundo- le dice mientras la acomoda en la camilla, -Aún no es tiempo-.
Las contracciones continúan y el dolor es ahora más intenso, como un apretón en las tripas, los gritos se repiten haciendo eco en la pequeña sala, - Ya quiere salir - repetía entre lamentos la mujer preñada, sentía una montaña rusa en las entrañas, un pequeño volcán a punto de explotar en erupción,
-habrá que inducirle el parto- replicó la del uniforme mientras sacaba un largo gancho de entre sus herramientas, precisó el mejor ángulo y se lo introdujo en la vagina hasta que sintió el estallido de la bolsa y una corriente de líquido aparecía inundando el trasero de la paciente, -Siga respirando- insistió la de blanco que se daba la media vuelta para buscar el siguiente instrumento, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sin previo aviso se asomó la diminuta cabeza reclamando su lugar en el mundo de los de afuera, no hubo tiempo para estrategias, -Puje más fuerte ahora-
fue el apretón de la mano del marido la que le  dio ese último empuje, eso y la canción, que fue el llanto del niño, que la hicieron olvidar el dolor de haber parido en una sala de espera.
-Felicidades, está fuerte y sano- dijo la enfermera, a quien el sudor le había empañado por completo la frente,
¿y qué nombre le pondrá?
Igual que su padre, -Contestó ella, exhausta en un sollozo-  Alexis, su nombre será Alexis Freites.